miércoles, 16 de febrero de 2011

DEBERES DEL LIBRO

Ejercicio 1 página 89

En la Antigua Grecia, Dokimasia era el nombre utilizado para designar el proceso que se llevaba a cabo en Atenas con el fin de determinar la capacidad de los ciudadanos para el ejercicio de derechos y deberes públicos.
Todos los funcionarios, incluso los miembros de la Boulé, tenían que someterse a un examen antes de ejercer su cargo. El propósito no era dilucidar su capacidad real para el puesto, que se presuponía en todos los candidatos, sino su ascendencia como ciudadanos atenienses, su vida y su carácter, y (en el caso de algunos cargos que participan la administración de grandes sumas), incluso la cuantía de sus bienes.
El examen lo realizaba en público el Arconte en presencia de la Boule, y cualquier persona presente tenía derecho a plantear objeciones. Si esas objeciones se consideraban válidas, el candidato era rechazado, aunque podía apelar la decisión ante un tribunal, que tomaba conocimiento de la cuestión en forma judicial. Por otra parte, si era aceptado, cualquiera que pensase que sus méritos eran insuficientes tenía derecho a iniciar procedimientos judiciales contra él. Si la decisión era desfavorable, perdía su cargo y podía recibir un castigo si se le consideraba responsable de asumir de forma ilegal los derechos de un ciudadano.
Ejemplos
  • Un joven ciudadano que quisiera ser admitido entre los efebos, era examinado en una asamblea de su distrito para averiguar si descendía por ambas ramas de ciudadanos atenienses y si tenía la capacidad física para el servicio militar.
  • Un orador en una reunión pública podría ser llevado ante un tribunal por cualquier ciudadano, porque nadie que no poseyese el pleno derecho de ciudadanía podía arengar legalmente a la población. La cuestión podría ser planteada si el orador era un átimos, uno de los castigados con la atimia.
Ejercicio 2 página 89

La democracia ateniense
Fue imperialista, conoció episodios turbios y excluyó de su seno a mujeres, extranjeros y esclavos. Y, con todo, el régimen democrático de Atenas fue el único sistema político de la Antigüedad que hizo de la mayoría de sus miembros dueños de su propio destino.
Es sabido que el término «democracia», «gobierno del pueblo», es invención de los griegos de la Antigüedad. Desde luego, su sistema no era exactamente el mismo que el de las democracias parlamentarias que se impusieron en Europa desde el siglo XIX, Pero tampoco puede negarse que en Atenas, la ciudad donde el régimen democrático griego alcanzó su máxima expresión, el pueblo tenía una conciencia muy clara de cuáles eran sus derechos e hizo todos los sacrificos necesarios para defenderlos. Aunque se cometieron errores y excesos, la democracia ateniense fue un logro extraordinario que tendría una influencia indudable en la génesis de la democracia moderna.
Las raíces del sistema ateniense se encuentran en las reformas de Solón, en el año 594, por las que se restringuía el poder de la aristocracia, se daban una serie de garantías y prerrogativas a las clases populares y se establecía una legislación escrita igual para todos. Pero sería Clístenes, a finales del mismo siglo VI a.C., quien creara el modelo político que perviviría durante casi tres siglos. Su punto de partida fue una nueva ordenación del pueblo en tribus, un total de diez, establecidas con arreglo a criterios de equilibrio social y no de diferencia de clase. De cada una de las tribus procedían los representantes que figuraban en los diversos órganos de poder de la ciudad: el Consejo o boulé, donde se preparaban las leyes; la pritanía, comisión permanente equivalente de algún modo a los actuales gobiernos; los tribunales…, sin olvidar el ejército: de cada una de las tribus emanaban los diez estrategos encargados de dirigir la milicia ciudadana. La soberanía reposaba en la Asamblea o ekklesía, en la que participaban directamente todos los ciudadanos. Como contrapeso de este poder popular se mantuvo durante décadas un órgano equivalente de algún modo a los actuales senados: los arcontes, procedentes de la vieja aristocracia, y que también componían la suprema instancia judicial de la ciudad: el Areópago.
Este ingenioso sistema, producto de la razón aplicada a la política, se convirtió en un modelo para todo el mundo griego, en las décadas en que Atenas ostentaba una supremacía con la que sólo podía rivalizar Esparta, modelo a su vez de Estado aristocrático. Pericles introdujo nuevas reformas en el régimen de Clístenes, y ni siquiera la derrota militar en la guerra del Peloponeso terminó con él. Serían los soberanos helenísticos los que lo desnaturalizarían hasta convertirlo tan sólo en un recuerdo.


Sistema político espartano
El sistema político espartano, así como el educativo, se atribuyen al mítico Licurgo en el siglo VII a. C. (aunque Plutarco lo sitúa entre el IX y el VIII a. C.). Era éste tío y regente del rey Leonidas de Esparta. Habiendo consultado en Delfos a la Pitia, fue llamado por ésta "dios más que hombre" y recibió un oráculo aprobatorio para la futura constitución de la ciudad, la "Gran Retra", al parecer muy inspirada en la legislación cretense. La Gran Retra fue probablemente no escrita y debió elaborarse a lo largo de las guerras mesenias, que hicieron entrar en crisis a la aristocracia y a la ciudad entera. A fin de garantizar su subsistencia se instituyó la “eunomia” o igualdad de todos ante la ley, con el propósito de eliminar privilegios y descontentos. Pero, a diferencia de Atenas, la eunomia espartana era sinónimo de una enorme disciplina. Todos los miembros de la ciudad hubieron de hacer sacrificios: la corona, la aristocracia y el pueblo. El sistema de Licurgo busca una simbiosis en la que coexisten los diversos sistemas políticos conocidos en el ámbito griego: la monarquía (hay dos reyes), la oligarquía (se establece una “gerusía” o consejo de ancianos), la tiranía (con el consejo de gobierno de los “éforos”) y la democracia (hay una asamblea popular).

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